Todos somos reemplazables, pero no repetibles… Y es ahí, la pequeña diferencia.
Un día, dejarás un trabajo.
Un día, apagarás la computadora y no volverás a encenderla ahí.
Un día, alguien más ocupará tu silla, tendrá tu correo, responderá tus mensajes.
Y todo seguirá.
El mundo no se detiene por nadie.
Pero hay algo que nunca podrá reemplazarse: la forma en que hiciste sentir a los demás.
No recordarán cuántos correos enviaste.
No recordarán cuántas reuniones lideraste.
Pero sí recordarán si les hiciste creer en sí mismos, si les tendiste la mano, si les cambiaste el día con una simple palabra.
La vida no se trata de acumular logros, sino de dejar huellas.
Puedes hacer lo mismo que miles de personas en el mundo, pero nadie puede hacer las cosas exactamente como tú.
Nadie puede mirar con tus ojos.
Nadie puede reír como tú.
Nadie puede abrazar con tu alma.
Esa es la diferencia.
Esa es tu verdadera marca.
Hoy no te preguntes si eres indispensable.
Pregúntate: ¿cómo quiero ser recordado?
Porque al final, lo único que sobrevive al paso del tiempo… es el impacto que dejamos en los demás.
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